En la vida la seguridad es muy importante, pero no lo es todo. Esto es así.
Desde que nacieron Gonzalo y Alma intento aguantar al máximo antes de inscribirme a una carrera. Ves cómo suben los precios de las inscripciones mientras te preguntas: «¿y si ese día están malos?»; «¿y si surge algo, alguna lesión o vaya Dios a saber?» Y a la vez, el temor de apurar tanto que, una vez esté todo más o menos controlado, o se haya pasado el tiempo por despiste o, lo que es peor, ¡¡se hayan agotado los dorsales!!
Pues algo similar me pasó a mí esta vez. Apuré a que no hubiera ningún compromiso ineludible, a que todos estuviéramos más o menos sanos (parece que el talón responde correctamente). Tanto apuré que, cuando en la previa del día de Reyes decidí pedirme un dorsal…ya era imposible.
Me sentó realmente mal. Me culpé por idiota, por no haber sido más arriesgado (que fueran 24 kilómetros yo creo que también me daba miedo). Desde que la se la escuché mencionar a una chica hace dos veranos en la Media Maratón de la Naturaleza la tenía en mi cabeza. Y ahora que, finalmente me arriesgaba, por una estupidez, tampoco iba a poder disputar la carrera.
Aun así, mandé un mail rogando que si hubiera alguna baja por favor me lo notificaran. Seguí saliendo como si más o menos lo estuviera preparando (con mis habituales cambios de planes por diversas obligaciones) pero, al no recibir contestación, poco a poco se me fue yendo de la cabeza, que pensaba en futuras aventuras.
Hasta que dos días antes llegó el mail explicándome que estaba dentro de la carrera, que lo único era presentarme en Alalpardo ese domingo de 8.30 a 9.30 y solicitar el dorsal en el mostrador de lista de espera.
¿Ahora qué? Si ya no contaba con ello, no había planeado ir… Pero recordé lo que había sucedido anteriormente y cuánto me lamenté. Era una segunda oportunidad y esta vez decidí no dejarla pasar.
Así que, con un frío de carajo de unos -3 grados bajo cero- a las 8 salía dirección Alalpardo, siguiendo las directrices que me marcaba el gps en el coche. De mi casa al destino habría unos 50 km, pero se me hizo eterno; siempre pasa las primeras veces que se va a un sitio.
A las 9 ya estaba en el Pabellón Cerrado del Polideportivo de Alalpardo, sin mucha gente todavía, recogiendo el dorsal y resguardándome del frío el mayor tiempo posible. La bolsa del corredor consistía en la camiseta conmemorativa de la edición de la carrera, unos manguitos, una bolsita de conguitos, una botella de agua y otra de isotónica. Pequeña pero correcta.
Después volví al coche a concluir la preparación de la carrera. Mi experiencia en esta modalidad es escasa por no decir ninguna y en la distancia a recorrer, nula. La noche anterior había pedido consejo a mi compi Nacho, que me recomendó la mochila de hidratación (que por motivos técnicos justo antes deseché) y que pensaba que con lo que le había dicho que iba a llevar (camiseta térmica y cortavientos) sería suficiente. Lo complementé con los guantes y un buff que, por primera vez en mi vida y debido al frío, usé como gorro para la cabeza. Aunque sabía que habría avituallamientos cada 5 kilómetros decidí proveerme de 3 geles y una barrita por si las moscas.
La salida se daba en la plaza de Toros del pueblo. El ambiente era estupendo, con no mucha gente de público pero bastante animoso para las horas (inicio de la carrera a las 10.30). Esperamos al correspondiente chupinazo (nunca mejor dicho) y ya, sí que sí, no había vuelta atrás. 24 kilómetros por delante me esperaban.
La idea inicial era ir lo más tranquilo posible, sin mirar el reloj, el objetivo principal era finalizar la carrera de forma digna; lo de la marca lo dejaríamos para la siguiente ocasión. Había partido en la parte trasera y ya desde los primeros metros (de los pocos junto a los finales que serían de asfalto) picaba hacia arriba.
El día era espléndido, con un cielo límpido y un sol que brillaba con fuerza (a lo largo de la jornada incluso hizo que sobrara ropa). Debido a ello, y por la ausencia de lluvias previas, el terreno estaba duro (no me quiero ni imaginar cómo debe ser con barro). Íbamos agrupados y las conversaciones fluían.
Decidí tomar a diversos corredores como referencia, colocándome detrás y observando trazadas y pisadas.
Las sensaciones eran buenas. Me sentía cómodo yendo a ritmos lentos, pensando si me afectaría demasiado si pudiera acelerar. A pesar de ser ascendentes los primeros dos kilómetros y medio aproximadamente, los hago con comodidad. Incluso se presenta una bajada (siempre con un terreno muy practicable, sin complicaciones técnicas) hasta que, en torno al kilómetro 4,5 y hasta el 7 volvemos a subir de manera continua, llevadera, pero que poco a poco irá minando las fuerzas. En el primer avituallamiento me detengo a beber agua tranquilamente, tengo toda la mañana por delante y no tengo prisa.
¿Os he dicho que hasta el siete era una subida llevadera? Pues a partir de ahí, durante 600 metros, parece que el camino va a tocar el cielo. ¡Qué manera de empinarse! Recuerdo dos frases que alguna vez me han expresado mis amiguetes en estas lides: » el trail es una de las modalidades deportivas donde no está mal visto andar» y «debes valorar si lo que te va a costar la subida puede provocarte tal fatiga que lo vas a pagar después». Entre eso y que diviso a muchos compañeros de faena caminando pues…
Con las pulsaciones a mil, el corazón luchando por salirse por la boca, corono la primera ascensión de la jornada y me dispongo a disfrutar de la bajada. Son unos ochocientos metros que se hacen cortos porque ahora nos van a tocar unos cuatro kilómetros rompepiernas, con una secesión de pequeñas subidas y bajadas, que vuelven a exprimir las fuerzas. En cierto momento nos cruzamos con un rebaño de ovejas pastando, es lo divertido y bueno de correr por la naturaleza. En el segundo avituallamiento, además de agua e isotónica, hay diversos platos con alimentos varios (yo agarro unas gominolas y me acuerdo de mi hijo, de la ilusión que le haría meter la mano allí).
Hasta el kilómetro 16 volvemos a bajar. Descubro fascinado que es cierto lo que he escuchado y en el avituallamiento del kilómetro quince hay, además de lo mismo que en el anterior…¡¡jamón y cerveza!! A este punto ya llego con fatiga, con los pies doloridos (sé que alguna ampolla me va acompañando desde hace largo), y como me tome un poco de cerveza y algo de jamón… va a concluir otro la carrera. Tomo isotónica, dos o tres cuadraditos de chocolate, alguna gominola y prosigo resignado. Me faltan todavía unos ocho kilómetros, cada piedra del suelo se me clava, y ya hace hasta calor.
-Sólo os falta la tele y un sofá – comenta divertido un compañero. La idea es muy, muy seductora.
Afronto los siguientes kilómetros cada vez más fatigado. Me duelen las piernas, pero especialmente los pies. Cada guijarro me los laceran. El terreno es pedregoso, ascendente y el calor se vuelve asfixiante, tanto que reduzco el ritmo e incluso camino unos pocos metros para después retomar un trote cochinero. Así los siguientes cuatro kilómetros que se me hacen inacabables, hasta que de nuevo la senda vuelve a bajar. Me reconforta que, a pesar de todas las vicisitudes, soy capaz de distinguir a los mismos compañeros de viaje. No lo debo estar haciendo muy mal, o todos estamos igual de cascados.
En lo mejor del descenso contemplo horrorizado que, al fondo, queda otra ascensión y maldigo por lo bajini a los que han planeado el recorrido. En el último avituallamiento me he detenido a beberme el último vaso con tranquilidad de nuevo, creo que cuando supere esta última cuesta ya será todo favorable hasta acabar, pero no me fío del todo.
Son apenas 500 metros, pero parecen una pequeña maratón dentro de la misma carrera. Algun@s voluntari@s animan. Caminando, contemplo cómo algunos valientes, a estas alturas de la película, son capaces aún de subir corriendo. Y así, con más pena que gloria, alcanzo la cumbre final e inicio el descenso.
Bajo, bajo y, como por arte de magia, los cantos y el terreno arenoso se transforman en asfalto. El camino se torna en conocido, ya lo hemos pasado al principio. La meta está cercana.
Puedo divisar el giro que señala la entrada a la plaza de toros. Hay gente a ambos lados de la carretera y, saboreando y disfrutando, recorro el tramo final. E incluso me animo a esprintar a un compi justo antes de la meta, como si eso sirviera ahora para algo.
Cruzo la meta en torno a las 2 horas y 22 minutos. Hay un desfase con mi reloj porque se me detuvo en uno de los avituallamientos, pero pienso que, en el fondo, no está tan mal para una primera vez. Rebusco en la multitud de bolsillos a mi compañero de viaje para la ocasión: un chupete en honor a mis hijos. Lo sitúo entre los labios y pido por favor que me hagan la foto conmemorativa correspondiente.
En las diversas carpas hay multitud de productos (bebidas, pizza y un sinfín más), pero la cola formada es increíble, dando la vuelta a la plaza. Por las horas que son me cuestiono si merece la pena esperar tanto, así que decido regresar al coche y comerme la barrita energética y la isotónica que he traído de casa tranquilamente.
Llego al coche, he aparcado al lado de la carrera y mientras repongo fuerzas y me visto con ropa seca animo a los corredores que van cruzando. ¡Menudo mérito el suyo! Estiro (es fundamental para prevenir lesiones y evitar dolores) y ya, algo más recuperado, conduzco para casa donde me aguarda una tarde de puzzles y juegos varios.
El trail del serrucho. 24 kilómetros que, nada más acabarlos odié con todas mis fuerzas (y con unas excelentes condiciones atmosféricas, porque suele ser con mucho barro y, seguro que será divertidísimo pero no quiero ni imaginarme cómo de duro puede llegar a resultar) pero que, con el transcurso de las horas, se convierten en una de las carreras más duras y divertidas en las que he participado hasta la fecha.
Aventuras y desventuras de un papi runner – https://aventuraspapirunner.wordpress.com/